Introducción
Porte arbustivo: avellanos
Porte arbóreo: haya
Porte arbóreo: pino carrasco
En la presente página se pueden encontrar las especies de árboles autóctonas de la Península Ibérica (España, Portugal y Andorra) e Islas Baleares, así como las más frecuentemente cultivadas en el medio natural, tanto en parcelas para su explotación como en zonas recreativas.
Desde un punto de vista biológico, un árbol se reconoce por su modo de crecimiento: consta de un tronco principal del que nacen ramas más o menos desarrolladas en comparación con el tronco y que constituyen lo que se denomina copa. Esto se contrapone al modelo de desarrollo de los llamados arbustos, que producen varias ramas que nacen desde el suelo y que alcanzan similar envergadura. No obstante, este no es un criterio absoluto ni único. Hay que tener en cuenta diversos factores, principalmente:
Existen especies habitualmente arbóreas que no siempre se desarrollan de la indicada manera, sino que quedan como arbustos o matas en ocasiones de muy escasa talla, casi siempre como consecuencia de la actividad humana pero también de su desarrollo en suelos poco profundos y pedregosos. Es el caso de nuestra muy común encina, por ejemplo.
También existen especies cuyo modelo de desarrollo corresponde al arriba indicado para los arbustos, pero que ocasionalmente pueden alcanzar una elevada talla, (por encima de los 7 m). Por ejemplo, el avellano o la coscoja.
En esta página mantenemos el criterio más amplio posible y basta con que una especie cumpla cualquiera de los dos requisitos para que la consideremos. No se han incluido sin embargo especies ornamentales o agrícolas que no se asilvestren nunca o que lo hacen muy raramente.
Los árboles de la Península Ibérica
Bosque ecuatorial (isla de Bioko, Guinea Ecuatorial)
Bosque ecuatorial (Papúa)
El conjunto del territorio formado por la Península Ibérica y las islas Baleares posee una de las mayores diversidades florísticas del ámbito europeo. Sin embargo, esta diversidad recae especialmente en las especies herbáceas y de pequeñas matas, mientras que en lo referente a los árboles es equiparable, o incluso algo inferior, a la de otros países del continente. Y, por supuesto, nada comparable a las selvas tropicales.
A pesar de ello tenemos un buen número de especies que da lugar a formaciones boscosas de gran interés.
La presencia de estas especies en nuestro territorio y el tipo de paisaje al que dan lugar están condicionados principalmente por dos tipos de factores: unos de carácter histórico y otros ecológicos.
Entre los primeros, la mayor importancia recae en la alternancia de periodos glaciares e interglaciares ocurrida durante el Cuaternario, a pesar de que aun se pueden reconocer algunos restos de vegetación correspondiente a periodos del clima subtropical que reinó a finales del Terciario.
Factores históricos más recientes alcanzan incluso mayor importancia en nuestro paisaje. Especialmente la influencia humana, teniendo en cuenta que la Península ha sido un territorio poblado desde antiguo, en el que se han desarrollado numerosas guerras e invasiones y en el que el modo más fácil de acabar con el enemigo era privándole de refugio por el contrastado sistema de quemar los bosques. La ganadería extensiva y trashumante tan abundante hasta tiempos muy recientes es otro de los tradicionales enemigos de la vegetación arbórea por la extensión de superficie pascícola que conlleva. Por otra parte, también el hombre, especialmente en épocas recientes, ha desarrollado técnicas de reconstrucción del paisaje, ha llevado a cabo repoblaciones, etc., de modo que se ha recuperado superficie forestal. Tampoco hay que confundir esto con plantaciones con finalidad productiva a corto plazo, como muchas choperas o los eucaliptales.
Por el contrario, los factores ecológicos pueden ser considerados más bien como favorecedores de la riqueza ecológica. Gozamos de una importante variabilidad de nuestros climas, desde el mediterráneo casi subtropical al de alta montaña o el duro clima continental de las parameras interiores; desde zonas francamente áridas a otras que, si el cambio climático no lo impide, superan los 2000 mm anuales. No debemos desdeñar el sustrato litológico que conlleva la adaptación de especies a substratos ácidos o básicos, así como otros factores ambientales como el aire, el agua o diferentes tipos de animales que participan en procesos de transporte de polen o diseminan frutos y/o semillas. Igualmente enriquecedora es la presencia de macizos montañosos, algunos de ellos dispuestos en sentido este-oeste, que dieron lugar a refugios ecológicos para la flora periglacial al retirarse los hielos de la última glaciación, y que ocasiona variaciones climáticas en corto espacio de terreno. Una buena proporción de nuestras especies arbóreas ven restringidas sus distribuciones geográficas al ámbito de los sistemas montañosos.
Bosque mixto de montaña (Huesca)
Dehesa de encinas (Badajoz)
La longevidad de los árboles
Imagen al microscopio de los anillos de crecimiento de un pino (arriba) y de un roble (abajo).
Comparativamente con la vida humana, consideramos que los árboles pueden alcanzar una edad avanzada, es decir, presentan una gran longevidad.
Para obtener el dato de la edad se emplea el contaje de los anillos de crecimiento. Aunque en ocasiones puede ser difícil de precisar, porque algunas especies suelen tener el centro del tronco ahuecado debido al ataque de hongos, o porque los anillos de crecimiento son extremadamente pequeños y difíciles de individualizar.
En la Tierra, se incluyen entre las especies más longevas el pino americano Pinus aristata (de unos 4.900 años), el mahuén (nombre en lengua mapuche) de Chile, Fitzroya cupressoides (3.500 años), o Pinus nigra subsp. pallasiana de Turquía, con 1.700 años. En el lado opuesto, encontramos muchos sauces y chopos, que raramente superan la edad centenaria. Por ejemplo Populus simonii, un chopo asiático que se emplea en jardinería, se suele encontrar con signos de decrepitud hacia los 30 años y difícilmente supera los 50.
En la Península los árboles más longevos conocidos con certeza son un conjunto de pinos salgareños (Pinus nigra subsp. salzmanii) que viven en el paraje llamado “Puerto Llano”, cerca del pico Cabañas, en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas (Jaén), de los que alguno supera los 1.000 años. En segundo lugar se encuentran otros ejemplares de la misma especie en la serranía de Cuenca, y algunos individuos de Pinus uncinata de algo más de 720 años en Aigües Tortes (Lerida). Leyendas de árboles milenarios hay muchas, pero no son ciertas, si bien es verdad que tenemos todavía un número considerable de individuos que sobrepasan los 400 años.
La duración de las hojas
Árbol perennifolio: encina
Hay dos tipos de árboles según la duración de sus hojas. Llamamos árboles caducifolios, o de hoja caduca (ojo! no es correcta la expresión “árboles caducos”), a aquellos en los que las hojas duran un solo periodo vegetativo. Al concluir éste, las hojas se desprenden y permanecen desfoliados un tiempo, que coincide con la época más desfavorable para su desarrollo, el final del otoño y el invierno en nuestras latitudes. Son caducifolios las hayas, los robles, los tilos, los fresnos, etc. En la caída de la hoja parece ser el principal determinante la temperatura, y en segundo lugar, la duración de periodo de luz en el día.
Dentro del tipo caducifolio, se da en algunas especies el fenómeno denominado marcescencia. En este caso, las hojas pierden su capacidad fotosíntetica en otoño, amarillean, pero no caen en ese momento. Permanecen en el árbol hasta que el viento, la lluvia o la nieve las arranca, de modo que en inviernos benignos, pueden perdurar hasta casi la primavera siguiente.
Los árboles perennifolios, o de hoja persistente (igualmente incorrecto es referirse a ellos como “árboles perennes”), son aquellos a los que las hojas les duran más de un periodo vegetativo, generalmente 2 ó 3, es decir, que en el periodo climático más desfavorable no necesitan desprenderse de la totalidad de las hojas, si no que lo van haciendo paulatinamente de modo que nunca se ven desnudos. Pertenecen a este grupo la encina, el alcornoque, los pinos, los abetos, las sabinas, el olivo, el acebo, etc. Entre nuestros árboles el record de duración los tienen las hojas del pinsapo, que pueden perdurar en la rama más de 10 años.
La taxonomía de los árboles
De nuevo vamos a considerar dos grandes grupos de árboles, basándonos para su diferenciación en criterios anatómicos y evolutivos. Son las llamadas Gimnospermas y Angiospermas.
Gimnospermas
Flores masculinas de pino (izq.) y enebro (der.)
Este grupo comprende exclusivamente plantas leñosas, desde matas de porte rastrero a árboles de gran talla. Las especies arbóreas que habitan en la Península Ibérica se incluyen en el concepto general de "coníferas", con el que se denomina al conjunto de los abetos, pinos, cedros, enebros, sabinas, cipreses, alerces, tejos, etc.
Flores femeninas de pino (arriba) y de sabina (abajo)
Hojas aciculares en disposición aislada (abeto) y en mesoblastos (cedro)
Hojas escuamiformes opuestas
Sección transversal de una acícula de pino
Las especies tratadas en esta página son perennifolias, con la excepción de los alerces. Pueden presentar dos modelos de morfología foliar. Por una parte hay especies que tienen hojas aciculares o lineares, más o menos aplanadas, a veces punzantes, y dispuestas aisladamente sobre las ramas (por ejemplo, en abetos y tejos), o en grupillos (pinos, cedros, alerces). Por otra parte, en los cipreses y las sabinas son diminutas escamas que envuelven a las ramillas más finas, imbricadas como las tejas de un tejado y enfrentadas por pares.
Las flores son siempre poco vistosas y unisexuales, no recuerdan el concepto habitual de flor. Un solo individuo puede llevar flores de ambos sexos (se trata de especies monoicas ) o solamente de uno de ellos (en este caso dioicas).
Forman grupos densos habitualmente sobre los tramos finales de las ramas, característica que está en consonancia con la mayor facilidad para la polinización mediante el viento (anemogamia).
Las masculinas liberan una gran cantidad de polen que llega a teñir el suelo de amarillo (lluvia de azufre).
Las femeninas, al madurar, dan lugar a lo más conocido de este grupo de plantas: las piñas y los gálbulos. Las primeras, leñosas, duras, los segundos más o menos carnosos y coriáceos. En su interior se albergan las semillas. Aunque altamente modificada, la estructura que produce el tejo es de este mismo estilo. Aún en el caso de las estructuras carnosas, no es correcto aplicar la denominación de frutos para referirse a ellas. Muchas especies se han empleado en labores de reforestación y protección de cuencas hidrológicas o para la obtención de madera, barnices, y otros productos, así como con fines ornamentales en plantaciones, zonas recreativas, bordes de carreteras, etc. Uno de los principales géneros dominantes en nuestra vegetación, el género Pinus, está incluido en este grupo.
Angiospermas
Hojas simples
Hojas compuestas
Hojas en disposición alterna (izq.) y opuesta (der.)
De origen evolutivo más reciente que las anteriores, se trata del grupo dominante y más diversificado en la actualidad. Comprende como mínimo unas 250.000 especies. Las Angiospermas están adaptadas a todos los hábitat imaginables, desde los desiertos secos y extremadamente cálidos, hasta las cumbres de las montañas o los paisajes antárticos, y con todo tipo de morfologías y aspectos, desde diminutas hierbas que alcanzan a vivir pocos días, a gigantescos y longevos árboles. El único factor que puede limitar su diversificación evolutiva es el acusado deterioro medioambiental que en la actualidad están sufriendo amplias regiones del planeta.
La gran variabilidad morfológica que manifiestan es patente en los modos de vida y en todos los órganos de estas plantas. De especial interés para el tema que desarrolla esta página es la morfología de las hojas. En todas las especies tratadas se va a utilizar una cierta terminología sencilla que hace alusión a dicha morfología. Se indicará si la especie tiene la hoja simple o compuesta , lo que significa que la tenga formada por una lámina entera o dicha lámina esté dividida en porciones que se denominan foliolos. Asimismo nos referiremos al modo en que se disponen las hojas sobre las ramas, que en nuestras especies arbóreas son fundamentalmente dos: alternas u opuestas. Las primeras nacen de una en una y las segundas de dos en dos enfrentadas 180 º.
Estructura interna de una flor hermafrodita
Estructura externa de una flor de Angiosperma
No obstante, la característica común que define a todas las Angiospermas es la presencia de flores en el sentido más habitual del término, es decir vistosas y provistas de las piezas conocidas como sépalos, pétalos, estambres y pistilos. No es infrecuente que estas piezas se reduzcan o lleguen a faltar, lo que da lugar a flores pequeñas y poco llamativas que no se identifican bien individualmente, sino que suelen agruparse en estructuras denominadas inflorescencias.
Esto es especialmente común en las especies arbóreas más abundantes en nuestro territorio (robles, abedules, fresnos, sauces, álamos, etc.) y esta relacionado con la polinización por el viento (anemogamia). En un sentido anatómico más riguroso, y sin entrar en detalles, estas especies sí producen auténticos frutos, bien carnosos como una cereza, o secos, como una avellana.A las Angiospermas pertenece el otro gran grupo de especies dominantes en nuestro paisaje forestal, son las del género Quercus, encinas y robles.